Entre Besos y Enredos

Por: FabyGinny05

Existe una sutil línea entre la tentación y la traición, el problema recae en donde se encuentra.

-o-

Remus Lupin era un chico de detalles.

Adoraba el olor a jugo de calabaza mezclado con tostadas, en un día nublado, mas sin llovizna, en Hogwarts, mientras las lechuzas traían el periódico a los estudiantes asustados, por la creciente guerra, y siempre derrumbaban la bebida de Peter, lo cual terminaba con un quejido frustrado de éste. El sonido de la risa de Sirius, retumbando, grandes carcajadas que se escuchaban en cada esquina del castillo. También la forma en que brillaban los ojos de Lily –verdes, hermosos– al sentarse a su lado en la biblioteca y empezar con los deberes de Encantamientos.

Él, era alguien observador.

Notaba que James trataba de peinarse dos veces en la mañana, la primera con un peine empapado en agua, dejando que algunas gotas cayeran por su espalda o al suelo; la segunda con la mano, con el ceño furioso, tratando de aplastarlo de una vez. Sabía que McGonagall se enojaba cada vez que hacían una travesura, pero todas las veces reía, al voltearse o girar el rostro, pues un amago de sonrisa siempre se le escapaba. Podía decir, sin pensarlo siquiera, que Lily tenía nueve pecas en la mejilla izquierda, trece en la derecha y cinco en la nariz.

Porque a Remus le parecía que los grandes momentos de la vida eran maravillosos, sin embargo, era bueno guardar algún recuerdo de un día común, de la rutina, que sólo se percibían al sentarse en la segunda butaca junto a la chimenea, con los ojos entornados y en completo silencio.

Cómo esa vez, en la navidad del quinto curso, en que colgaron a Snape del árbol que Hagrid había llevado al comedor. Cuando, en plena cena, terminaron los efectos camaleónicos y silenciadores, dejando a un Severus ‘Quejicus’ Snape furioso, mirando directamente a los cuatro merodeadores, gritándoles lo mucho que los detestaba, obligando a McGonagall a ejercer su mando en medio de la noche. Estuvieron limpiando trofeos por dos semanas, todas las noches (y eso que no descubrió el Whiskey de Fuego que James y Sirius trajeron ilegalmente de Hogsmeade, con el que brindaron poco antes del espectáculo). Los ojos de Dumbledore brillaban alegres, sin obviar el deje de molestia. Los de Lily, en cambio, parecían explotar, de la furia y la frustración, junto a una Alice visiblemente entretenida.

Por ello, adoraba quedarse detrás de las cámaras, por así decirlo, feliz por el triunfo de los principales y más aún por permanecer en las sombras.

En la vida de Remus Lupin hubieron bastantes momentos críticos: el día que se convirtió en hombrelobo, cuando le contó a sus amigos su secreto, cuando decidieron convertirse en animagos, cuando Lily le confesó que sabía de su condición, sus paseos junto con Canuto, Cornamenta y Colagusano a media noche bajo la luz de la luna y, el más reciente, su beso con Lily.

No es que a Remus le gustara Lily, no. O sí. Tal vez un poquito, pequeño. Porque Remus no era un traidor, Lily era de James (ya, oficialmente) y James era uno de sus mejores amigos. No puedes besar a la chica de tu mejor amigo, menos aún, pretender tener algo más con ella.

O enamorarte de ella.

Vale, tal vez Lily le gustara algo; seguía sin ser demasiado, ¿verdad?

Fue el quince de marzo de mil novecientos setenta y ocho, él lo recordaba bien.

Estaban estudiando, tranquilamente, en la biblioteca. Ese día hacían los deberes de Encantamientos (puede de que husmearan un poco en los libros de Encantamientos avanzados, para magos de un nivel extraordinario, pero no era nada muy malo).

El rasgueo de sus plumas era uno de los pocos sonidos, así como el ulular de esa lechuza que por alguna extraña razón, estaba parada en una rama cerca de la ventana, junto con los breves susurros de los estudiantes. Se acercaban los EXTASIS y cada vez estaban más paranoicos, todo su futuro dependía de las notas que sacaran. Con ello, su entrada al escuadrón de aurores, en caso de Lily, y a los tutoriales de maestría, en caso de Remus.

Había un mechón rebelde de su cabello que caía cada dos minutos y catorce segundos a su rostro, cada vez, ella dejaba la pluma y lo devolvía, justo por detrás de la oreja. Remus, cuando pasaba aquello, también dejaba de escribir por unos segundos y la veía, simplemente.

—Hoy hay luna llena —Lily habló de repente, haciendo que el silencio fuera roto y Remus se detuviera, nuevamente, escuchando. Lo decía como si tal cosa, si hablara del clima o la guerra de duendes no habría usado un tono diferente—. ¿Qué piensas hacer?

—Lo de siempre. Pomfrey me llevará al sauce y me transformaré, luego regresaré a la mañana siguiente.

Ella chasqueó la lengua.

—Me ocultas algo —directa, como siempre. Sin importarle lo que pensaran los demás, así como cuando defendía a Snape—. Todos ustedes. ¿Qué es lo que no me quieres contar?

—No sucede nada, Lils, tranquila —Su calma era tan fuerte que seguro era falsa, eso sólo la hizo proponerse no ceder—. Imaginas cosas.

La pluma, verde esmeralda como sus ojos, cayó sobre el pergamino manchando su trabajo de tinta, a ella poco pareció importarle. Se giró, entonces, hacia Remus, que permanecía impasible en su asiento.

—Sabes que puedes confiar en mí, Remus.

—Lo sé, Lily, no te oculto, ocultamos nada.

Nada, por supuesto. El hecho de que tres de sus amigos fueran animagos ilegales y lo acompañaran durante esa noche al mes no era algo digno de mencionar. Lily tomó su barbilla, con suavidad, pero imponiéndose.

—Remus.

—¿Sí, Lily?

—¿Qué ocultan?

Su voz era suave, tan suave como la brisa otoñal que apenas helaba tus brazos. Su tacto, delicado, imprimiendo feminidad en cada uno de sus movimientos. Su mirada, firme. Remus eludió sus ojos lo más que pudo, antes de quedarse perdido en el espeso bosque de vida de su rostro.

Algo en su estómago giro, no pudo evitar quererla en ese momento.

No pudo evitar que las voces, esas que siempre reprimía, hablaran en su oído, gritaran, reclamaran. Bésala. Ansiaba sentir sus caricias y saborear sus labios, lentamente. Bésala. Quería, deseaba. Demasiado para poder retenerlo. Bésala, bésala, bésala siempre.

Lo hizo, entonces, la besó. Con todo el amor que le profesaba y, a la vez, tratando de ocultar esos sentimientos que lo hacían sentir traidor ante James. Ante sí mismo.

Un poco torpe, chocaron sus narices. Sus manos despeinando su roja melena, que caía como fuego sobre sus hombros. Su lengua, explorando, ese terreno desconocido con el que tantas veces había soñado y ahora lo relacionaba con el paraíso. No había, pues, mejor cosa que el sabor a comprensión que sentía, amor, alegría, vida.

Y traición.

Se separó de ella, arrepentido. De pie, con sus libros y el pergamino, camino a la sala común o a los terrenos, alejado de ella. Alejado de la tentación que representaba. Salió a pasos rápidos de la biblioteca, dejando la frase que acababa de pronunciar, flotando en el aire, entre las palabras sabias y los muros de piedra.

—Nada, Lils, nada.

Remus Lupin era un Merodeador, ahora y siempre. Eran hermanos. James, que lo invitaba a su casa y le daba de la tarta de melaza que a veces enviaba su madre. James, enamorado de Lily desde que tenía conciencia. James, siempre James. Remus y James. Lily y James. Y no, no Remus y Lily.

Primero sus amigos y después él.

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