Fanfiction: Alianza, primer capítulo El Sorteo

Fan Fiction

Este es el primer capítulo de Señales de Helena Dax, el libro con el que comienza la saga de Alianza protagonizada por Albus Severus, Scorpius, Harry y Draco. Es un fic de la Nueva Generación que, por un lado, lleva la trama de los niños en Hogwarts y por el otro, explora las vidas de Harry y Draco como adultos. Con Harry Potter and The Cursed Child para el próximo año, ¿qué mejor que endulzar la espera leyendo uno de los mejores fanfictions del fandom en español?

La autora Helena Dax nos ha dado permiso para publicar el primer capítulo en BlogHogwarts, y nosotros les recomendamos continuar la historia en su página de Fanfiction.net, en donde además podrán encontrar más fics de ella.

Capítulo 1 El Sorteo

-Es Malfoy…

-Es un Malfoy…

Las voces y susurros llenaron la cálida atmósfera del Gran Comedor de Hogwarts con frialdad y curiosidad. Scorpius Malfoy se había preparado mentalmente para ese momento hacía ya tiempo y comprendía lo que le esperaba en Hogwarts.

Le había preguntado a su padre por qué tenía que estudiar allí, si iba a ser tan mal recibido. “Porque tienes derecho” había sido su respuesta, y Scorpius, de algún modo, intuía que aquello era importante.

Así que se acercó a la silla, frente a todos, con la cabeza bien alta y esperó a que el Sombrero Seleccionador le enviara a Slytherin, como debía ser.

-Vaya, otro Malfoy… –dijo el Sombrero, con una voz que a Scorpius le recordó un poco a los elfos domésticos-. Eres inteligente y curioso, no harías un mal papel en Ravenclaw, pero imagino que querrás ir a Slytherin.

Scorpius ni siquiera tuvo que pensar un sí antes de que el Sombrero gritara el nombre de la Casa de las serpientes. Sólo sus nuevos compañeros aplaudieron; el resto del Comedor lo miraba con desinterés o abierta hostilidad, aunque aquello se había repetido cada vez que mandaban a un alumno de primero a Slytherin. A Scorpius no le importó. Un alumno mayor con insignia de prefecto le estrechó la mano y le indicó un sitio vacío en el que sentarse. Su primo Gabriel Nott, que empezaba cuarto aquel año, le saludó amistosamente. Hasta el momento sólo había otros tres alumnos de primero allí, un chico pálido y alto que no conocía llamado Hector Kellerman, una niña con cara de presumida a la que tampoco conocía, Cecily Broomer, y otra niña grandota y de cara inexpresiva que sí conocía bien, Diana Goyle. Diana era ahijada de su padre y había pasado muchas temporadas en el extranjero con ellos, así que se habían tratado desde siempre. Scorpius había recibido órdenes terminantes de ayudarla con sus estudios, cosa que no le extrañaba porque sabía que Diana era muy lenta para aprender.

Pero el Sorteo continuaba y Scorpius, pendiente de ver dónde acababan su amigo Damon Pucey y su prima Morrigan, la hermana de Gabriel, apenas les quitaba la vista de encima. Su mano derecha juguetaba nerviosamente con la pulsera de plata que llevaba en la muñeca izquierda, un hábito que su familia había tratado infructuosamente de quitarle. Mientras seleccionaban a Jenny Manderlet, que acabó en Hufflepuff, Scorpius se dio cuenta de que desde la mesa de Gryffindor lo estaban mirando como si fuera un insecto y él les devolvió la mirada lo mejor que supo.

-¡Morrigan Nott! –llamó el subdirector, el profesor Flitwick

Scorpius se olvidó de los Gryffindor y miró su prima. Morrigan era casi una cabeza más alta que él, una chica bonita de pelo castaño claro que caminó hacia la silla con andares decididos. Scorpius y ella estaban muy unidos y el niño deseaba de todo corazón que su prima estuviera con él en Slytherin. Morrigan podía tener la capacidad de atención de un troll, pero era divertida y sabía mentirles a los adultos escandalosamente bien.

-¡Slytherin! –dictaminó el Sombrero.

Scorpius y Gabriel sonrieron a Morrigan mientras ella se sentaba al lado del primero y le pasaba el brazo por los hombros.

-Estamos juntos, Scorp –dijo, satisfecha-. A ver si hay suerte con Damon y Michelle.

Pero quedaban aún varios alumnos por sortear antes de que les llegara el turno a sus amigos. Scorpius se fijó en que el Sombrero estaba mandando más alumnos a las otras Casas, especialmente a Gryffindor, que a Slytherin. Su padre le había explicado que en caso de duda entre dos Casas, el Sombrero solía decidirse por una de acuerdo a la decisión del interesado, y Scorpius supuso que todos los que se encontraban entre Slytherin y otra Casa estaban huyendo del estigma de Voldemort.

-¡Albus Potter!

Un revuelo que parecía el opuesto al que había acogido el nombre de Scorpius ocupó ahora la estancia, y docenas de caras se llenaron de curiosidad y algo que Scorpius dedujo que era esperanza. Un niño tan bajito como él, de pelo oscuro y desordenado y brillantes ojos verdes, se encaminó rápidamente a la silla con la vista fija en el suelo y se sentó. Scorpius le había visto en la estación de Londres y en la de Hogsmeade. Su padre ya le había dicho que iría al mismo curso que un hijo de Harry Potter; le había aconsejado que se mantuviera alejado de él. Scorpius, que sabía perfectamente lo que los Potter, los Weasley y otros como ellos pensaban de él y de su familia, no sentía el más mínimo interés por dirigirle la palabra.

El Sombrero tardó unos segundos en dictaminar Gryffindor. La mesa de los leones estalló en gritos de alegría y Scorpius vio cómo Albus era rodeado por su hermano mayor James y su media docena de primos Weasley, de quienes también debía mantenerse alejado.

Entonces llamaron a Damon Pucey, el hijo de Adrian Pucey y Pansy Parkinson. El niño, de pelo oscuro y ojos oscuros, era también amigo de Scorpius. Normalmente sólo se veían en verano y Navidad, cuando los padres de Scorpius, él y su hermana Cassandra iban a Inglaterra, pero ahora estaban encantados con la idea de ir juntos a clase y compartir dormitorio.

-¡Slytherin!

Damon levantó las manos victoriosamente en dirección a sus amigos y corrió a sentarse con ellos sin importarle la fría acogida de las otras mesas. Scorpius sonreía de oreja a oreja, contento. Con Morrigan y Damon a su lado, lo demás no importaba demasiado.

Tres niños seguidos fueron sorteados en Gryffindor y después le tocó el turno a una Ravenclaw y un Hufflepuff. Cada vez quedaban menos alumnos nuevos por sortear y los pocos que seguían de pie parecían un poco pequeños, allí en medio de un comedor tan grande. Uno de ellos era Rose Weasley. Según Gabriel, había un Weasley en cada curso. La niña, pelirroja y pecosa como casi todo el clan, alzó la nariz desdeñosamente en su dirección y Scorpius perdió el poco interés que sentía por ella.

-Michelle Urqhart.

Scorpius volvió a tensarse con expectación sobre su silla. Los padres de Michelle habían ido a clase con su madre y Michelle y Morrigan eran muy amigas. A Scorpius le caía bien, aunque a veces la encontraba un poco aburrida. Pero, para decepción de ambas, Michelle fue sorteada en Ravenclaw. Morrigan soltó una exclamación consternada y Scorpius le dio una palmadita en el hombro.

-Lo siento, Morrigan.

Michelle, que parecía tan sorprendida y disgustada como ellos por la decisión del Sombrero, fue a sentarse con sus nuevos compañeros con aire resignado. Entonces, el Sombrero llamó a un chico llamado William Watson, rechoncho y con cara de cerdito.

-Slytherin –dijo el Sombrero, a los dos segundos.

Scorpius empezó a aplaudir de manera automática, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que el niño estaba horrorizado.

-No, no puede ser. No puedo ir a Slytherin…

-Vamos, pequeño, no pasa nada –dijo amablemente el profesor Flitwick.

Scorpius casi se rió, porque el profesor era aún más bajito que el niño al que había llamado “pequeño”, pero la risa se convirtió en algo distinto, no tan agradable, cuando se dio cuenta de que Watson había empezado a llorar y realmente se negaba a acercarse a su mesa. El viejo profesor Slughorn, jefe de Slytherin, se unió a los esfuerzos del profesor Flitwick por calmar al alumno de primero, pero no tuvo ningún éxito. Watson parecía cada vez más alterado y Scorpius empezó a sentir una sensación fría en la boca del estómago. Los otros Slytherin de primer año también parecían impresionados por el espectáculo que estaba dando su compañero, pero en el rostro de los más mayores sólo había burla y desprecio, y unos cuantos empezaron a reírse con disimulo.

-Por Salazar, no necesitamos esa vergüenza en nuestra Casa –oyó Scorpius que decía un alumno de tercero de rasgos asiáticos.

-¡No vamos a comerte, Watson! –gritó una alumna de cuarto, provocando más risas a su alrededor.

Watson los miró con ojos desorbitados y trató de zafarse del brazo del profesor Slughorn. Scorpius pensó que iba a escaparse y a salir corriendo por todo el Gran Comedor, pero la profesora McGonagall, la directora de Hogwarts, se unió en ese momento al pequeño grupo.

-Señor Watson, haga el favor de calmarse.

-Por favor… Yo no quiero ir a Slytherin –suplicó entre sollozos-. Soy bueno. Le juro que soy bueno.

-No lo dudo, señor Watson. El profesor Slughorn también es una excelente persona y fue a Slytherin, ¿no es cierto, profesor?

Las risas se habían acabado entre los Slytherin, que ahora miraban al alumno de primero con frialdad. Scorpius se sentía ofendido, dándose cuenta del insulto que Watson había vertido sobre ellos.

-Quiero pensar que sí lo soy –dijo el profesor Slughorn, amablemente-. Vamos, William, deja que te acompañe a la mesa.

Pero no había manera de conseguir que el asustado niño quisiera aceptar la decisión del Sorteo, y al final, madame Midgen terminó llevándoselo a la enfermería. Los últimos dos niños –Weasley y Williamson- fueron sorteados y los dos terminaron en Gryffindor. La profesora McGonagall dio entonces un discurso de bienvenida que resultaba algo fuera de lugar después de lo que había pasado y después, montones y montones de comida aparecieron como por ensalmo encima de las mesas. Scorpius, que estaba hambriento, empezó a servirse un poco de todo, pero no dejaba de prestar atención a todo lo que pasaba a su alrededor y se dio cuenta de que los prefectos de Slytherin estaban furiosos y lanzaban miradas de puro odio a los alumnos de Gryffindor, que no paraban de reírse entre ellos.

-Espero que lo cambien de Casa –dijo Morrigan, con desprecio-. Seguro que no sirve para nada, ese gordo llorón.

Scorpius se mostró de acuerdo. Si ese idiota creía que a Slytherin sólo iban las malas personas, mejor que se fuera con otros. Pero por lo que había oído contar, las decisiones del Sombrero eran inapelables. La idea de tener que pasar siete años compartiendo dormitorio con él era descorazonadora.

-¿Vosotros ya os conocíais? –preguntó el niño alto, Hector Kellerman.

-Sí. Yo soy Morrigan Nott, éste es mi primo, Scorpius Malfoy, éste es Damon Pucey y esa de allí es Diana Goyle. Nuestros padres son amigos, casi todos eran Slytherin del mismo año. ¿Y tú? ¿No conoces a nadie?

-No. Bueno, he hablado con un par de chicos mientras veníamos, pero uno ha terminado en Ravenclaw y el otro en Gryffindor.

Hector parecía bastante simpático y Scorpius volvió a animarse al ver que a Damon también parecía caerle bien. Si ellos tres se llevaban bien, no necesitaban al chico llorón.

Después de la cena, los prefectos acompañaron a cada curso a sus habitaciones. Scorpius había oído hablar tanto de las mazmorras de Slytherin que cuando entró se sintió como si ya hubiera estado allí. Primero recorrieron un largo laberinto de pasillos alumbrado por antorchas mágicas que no echaban humo. Aino Kaspersen, uno de los prefectos, les enseñó un truco mientras caminaban para que recordaran el camino correcto. Después de andar unos doscientos metros, empezaron a ver a cada lado las puertas de los dormitorios. Aino se detuvo frente a las primeras.

-Estos serán vuestros dormitorios; chicos a la izquierda, chicas a la derecha.

Scorpius, Damon y Kellerman entraron en el de los chicos. Era muy amplio, con camas que parecían de lo más confortables. A un lado de cada cama había una mesita de noche y al otro lado, un baúl. Los elfos habían dejado el equipaje de los alumnos en una ordenada fila contra la pared y los niños empezaron a guardar sus cosas en el baúl.

-Dejad toda vuestra ropa de Hogwarts fuera –les recordó Aino Kaspersen-. Los elfos se encargarán esta noche de coser vuestras insignias de Slytherin y hacer aparecer nuestros colores. Y os queda una hora antes de que tengáis que iros a la cama; si queréis escribir a casa para contar cómo os ha ido en la Selección, ahora es un buen momento.

Así que todos los niños le siguieron hasta el final del pasillo, observando el interior de las otras habitaciones cuando la puerta estaba entreabierta, y por fin llegaron a la amplia sala común. Los hechizos de los elfos domésticos mantenían el ambiente caldeado, incluso lejos de la chimenea, y tenía un aire elegante, pero confortable. Situada bajo tierra, las ventanas daban al fondo del lago que habían atravesado en barcas un par de horas antes; Scorpius y los otros alumnos de primero se acercaron rápidamente para intentar ver al Calamar Gigante o a alguna de las otras criaturas del agua que poblaban el lago, pero no se veía nada.

Los niños siguieron el consejo del prefecto y se sentaron a escribir. Scorpius estaba seguro de que sus padres se iban a alegrar mucho cuando supieran que él, Morrigan, Damon y Diana iban a ir juntos a Slytherin, aunque también sabía que estaban un poco preocupados por él y el recibimiento que podían darle los alumnos de las otras Casas.

-Vaya idiota ha caído en vuestro curso –dijo Gabriel, colocándose entre su hermana y Scorpius.

-Un poco más y se pone a llamar a su mamá –replicó Cecily, la chica de aspecto presumido-. O sea, ¿se puede ser más bebé?

-¿Creéis que era un sangremuggle? –preguntó Damon.

-Si fuera un sangremuggle no habría oído hablar de Slytherin –replicó Scorpius-. Además, mis padres me han dicho que el Sombrero casi nunca manda a un mago así a Slytherin; sólo ha habido media docena de casos en más de mil años.

Entonces Britney Steele una chica de pelo negro y ensortijado, bastante bonita, que hasta ese momento no había hablado mucho, se puso en pie con los brazos en jarras y los miró a todos con aire feroz.

-Bueno, pues mi madre es una muggle. Y si alguno de vosotros se atreve a decir algo malo de ella, le sacaré las tripas y se las haré comer. Probadme si no me creéis. Te reto a que digas algo de mi madre, Scorpius Malfoy. No pienses que no sé quién es tu familia.

El resto de alumnos de primero se la había quedado mirando con cierta fascinación; realmente parecía capaz de cumplir su amenaza. Scorpius, por su parte, también estaba muy sorprendido, pero sobre todo se sentía injustamente atacado.

-Oye, niña loca, yo no quiero decir nada de tu madre. Pero si tú te metes con mi familia, usaré una maldición que me enseñó mi abuelo el mortífago y haré que tu sangre empiece a hervir y se te reventarán los ojos y te morirás.

Hubo un murmullo aprensivo y admirado entre los alumnos que escuchaban, pero la niña sólo entrecerró los ojos un instante.

-¿Ah, sí? Pues yo usaré una maldición que me enseñó mi padre y haré que te asfixies.

-Pues yo usaré otra maldición y las tripas se te saldrán por la boca.

-Pues yo haré que se te empiecen a pudrir los dedos de los pies y todo tu cuerpo se empezará a pudrir también y tardarás tres meses en morirte y lo harás gritando.

Scorpius frunció el ceño.

-Pues yo… usaré la Imperius y haré que quieras comerte a tus padres y después te obligaré a cortarte en pedazos a ti misma y a comértelos también. Y no sólo las tripas –añadió, con desprecio.

Britney abrió la boca para proferir otra amenaza más y hasta Scorpius sintió curiosidad por saber lo que iba a decir. Pero Gabriel les interrumpió, aburrido de todo aquello.

-Dudo mucho que cualquiera de vosotros sepa hacer algo más complicado que un Lumos. Vamos a ver, niña, ¿cómo te llamas?

-Britney Steele. Y como te metas con mi madre…

-¡Oh, cállate ya! No eres la primera mestiza que entra en Slytherin, ¿vale? Hasta ese bicho raro de Voldemort era mestizo. Y mi primo no iba a decir nada de tu madre.

Una prefecta alta y con aspecto autoritario que pasaba por allí también intervino en la conversación.

-Vaya curso… Escuchadme bien todos, mocosos. Slytherin no ha ganado la Copa de las Casas o la de Quidditch desde 1990, y Merlín sabe que será imposible que volvamos a ganar una de las dos mientras las cosas sean así. Pero al menos podemos no quedar los últimos. Llevamos diez años evitando el último puesto y creedme si os digo que hemos sudado cada punto.-Les lanzó una mirada de advertencia y su voz se convirtió en algo acerado y peligroso, como la hoja de una espada-. Como alguno de vosotros empiece a perder puntos para Slytherin por culpa de vuestras estúpidas peleas le meteré gusanos carnívoros en el estómago, y lo enterraré vivo en un ataúd bajo diez metros de tierra, ¿me habéis entendido?

Los alumnos de primero la miraron con los ojos muy abiertos y Scorpius y Britney se aproximaron sin darse cuenta el uno al otro en busca de protección.

-No estábamos peleándonos –le aseguró Scorpius con rapidez.

Ella asintió secamente.

-Mejor –dijo, y después se marchó de allí haciendo ondear airosamente la túnica tras ella.

Gabriel soltó una pequeña risa.

-Es Rebeca Warbeck, tened cuidado con ella. Pero dice la verdad; si empezáis a pelearos unos contra otros, se os comerán vivos allá fuera.

Entonces uno de sus amigos lo llamó para enseñarle una cosa de una revista y Gabriel se marchó, dejándolos solos. Scorpius miró de reojo a Britney.

-Yo no iba a decir nada de tu madre, pero tú no debes meterte tampoco con mi familia.

Ella asintió.

-Está bien. Yo tampoco iba a decir nada de ellos. –Luego suspiró-. ¿En serio nos tienen tanta manía?

-Dice mi hermano que los peores son James Potter y los otros Weasley –explicó Morrigan-. Y encima nosotros vamos a tener uno de cada en nuestro curso.

Scorpius recordó la escena en la estación. Aquella había sido la primera vez que veía en persona a Harry Potter aunque, por supuesto, había oído hablar de él y de los Weasley. Y sabía cosas de la guerra. Sabía que los Malfoy habían empezado apoyando a Voldemort y que cuando éste se había vuelto contra ellos, habían cambiado de bando. Sabía que su padre había ayudado a Potter dos veces y su abuela Narcissa, una; también que Potter había salvado a su padre dos veces y que su testimonio durante los juicios que habían seguido a la guerra había ayudado a evitarles Azkaban.

Pero también sabía que, aunque trataba de disimularlo, su padre no sentía ninguna simpatía por Harry Potter y sus amigos, y que sus abuelos los despreciaban abiertamente. Sin embargo, ignoraba la causa. Su padre apenas hablaba de ellos delante de él y de su hermana y su madre, aún menos. Sus abuelos, algo más comunicativos en ese campo, lo acusaban de ser un hipócrita.

-Potter es la clase de persona que de niño protestaba por el favoritismo que el Jefe de Slytherin demostraba hacia sus alumnos, pero le parecía perfecto que hicieran excepciones con él y le dejaran jugar al quidditch en primero –le había explicado ella, hacía un año-. Cuando terminó la guerra, le dejaron ingresar en la Academia de Aurores sin haber conseguido siquiera los ÉXTASIS. Pero lo malo no es eso, por supuesto. Todos nos sentimos inclinados hacia el doble rasero. La diferencia es que un Slytherin lo admitiría claramente, pero Potter y los otros Gryffindor intentan justificarse porque necesitan creer que son justos y nobles. Basura, Scorpius. No esperes nada parecido a la nobleza de ellos.

A pesar de las palabras de su abuela, incluso del desagrado más o menos disimulado que sentían sus padres y los amigos de éstos por los Potter y los Weasley, Scorpius sentía más curiosidad que otra cosa hacia ellos y al verlos en la estación, los había estudiado con disimulada atención.

La expresión que había visto en sus caras le había hecho sentirse pequeño y despreciable, y él nunca se había sentido así.

Y luego su padre los había saludado con un movimiento de cabeza, pero ellos cuatro se habían limitado a mirarlo así también, con condescendencia. Como si su padre no se mereciera ni que le devolvieran el saludo.

En aquel momento, aquello sólo había sido una pieza de un puzzle que, sin él saberlo, se estaba formando en su cabeza. Pero aquella noche, mientras se preparaba para irse a la cama y pasar su primera noche en Hogwarts, fue como si todo hubiera empezado a encajar. Aquello era como una pelea. Aún no sabía muy bien contra quién ni qué querían conseguir con ella. Pero tendría que descubrirlo pronto y aprender a pelear.

Blaise Zabini, ex compañero de clase y amante ocasional en los primeros años de posguerra, se había quedado realmente sorprendido cuando Draco le había dicho que estaba enamorándose de Astoria Greengrass. ¿De la hermana de Daphne? ¿Por qué?, le había preguntado. Draco había contestado con generalidades propias de la situación en cuestión. Es guapa, de buena familia. Estoy enamorado de ella. La verdadera respuesta era demasiado íntima y personal para decírsela a nadie. Blaise tampoco podría entenderlo, de todos modos.

Astoria es la primera persona que ha visto en mí el hombre que quiero ser, Blaise.

No, los Slytherin no decían esas cosas, aunque las sintieran.

Pero Draco se había sentido tan perdido tras la guerra… Ya no sabía quién era ni qué debía hacer, qué era lo correcto y lo incorrecto. Ya no era el Draco de antes de la guerra; ese chico había muerto bajo la varita de Voldemort. Para el mundo mágico era un Marcado, un criminal, y lo trataban como a tal, pero Draco se resistía a creer ese papel. Para Potter y sus amigos ni siquiera existía la mayor parte del tiempo; eran los héroes, los vencedores y estaban demasiado ocupados dejándose besar el culo para prestar atención a los parias de la sociedad. Si alguna vez se fijaban en él era para hacerle saber de un modo u otro que se sentían infinitamente superiores a él o cualquiera de los suyos. Draco tampoco pensaba ser el Draco que ellos querían, el que tendría una vida asquerosa y acabaría sus días alcoholizado en algún rincón de una mansión vacía, la prueba viviente de que el bien triunfa y el mal es derrotado.

Si su padre no hubiera seguido en Azkaban, habría sido terriblemente fácil marcharse del país y pasarse los diez años siguientes follando con magos y brujas de toda Europa, bebiendo hasta perder la conciencia y labrándose una reputación que fuera escandalosa por motivos más divertidos que un tatuaje maldito en su brazo izquierda. Pero Lucius había sido condenado a dos años, más otros dos de arresto domiciliario sin varita, y Draco no podía dejar a su madre sola en esas circunstancias. Además, la notable inteligencia de Narcissa Malfoy no se orientaba hacia los negocios, y el Wizengamot estaba tratando de sacar una ventaja excesiva a cambio la relativa suavidad de sus condenas. Así que Draco se quedó en Inglaterra, terminó sus estudios examinándose en Durmstrang y se dedicó a proteger lo mejor que pudo los negocios familiares. Era un hombre de negocios.

Pero aquello no bastaba.

Y entonces había aparecido Astoria, si es que podía decirse así cuando en realidad la conocía desde que ella había entrado en Hogwarts y Draco había descubierto que esa muchacha alta y rubia le veía de verdad. Ella sabía quién era él ahora, quién quería ser.

Su padre ya era libre de ir y venir, con varita incluida, cuando Draco le pidió a Astoria que se casara con él, pero no las tenía todas consigo. Sabía que Astoria sentía lo mismo que él, pero eso no quería decir nada; él era un Marcado y su posición apenas había mejorado un poco desde el final de la guerra. Estaba dispuesto a sentirse afortunado si ella le aceptaba y simplemente pedía retrasar la boda hasta que estuviera en una posición social menos comprometida. Pero Astoria no había dicho nada de eso, sólo le había cogido las manos y le había mirado intensamente a los ojos.

-Sólo júrame una cosa.

-Lo que quieras –dijo él, con sinceridad.

Astoria hizo una pausa.

-Si nos casamos, nuestros hijos no crecerán en medio de todo esto, rodeados de pasado, odio y rencor.

Draco sabía bien todo lo que eso podía implicar, pero sólo le hizo convencerse aún más de lo mucho que quería a esa mujer a su lado.

-Te lo juro.

Y había cumplido su promesa. Tras el nacimiento de Scorpius habían dejado Inglaterra y los niños sólo habían vuelto al país en fiestas, lejos de la ideología que tanto daño le había hecho a los Malfoy. Draco se había dedicado a ampliar los negocios de la familia en el extranjero; y aunque él visitaba Inglaterra a menudo, cada vez que lo hacía se alegraba de que sus hijos no se estuvieran criando allí.

Ahora habían vuelto. Draco había dudado durante algún tiempo, pero al final había decidido que Scorpius y Cassandra tenían que ir a Hogwarts. Era su sitio. Y a pesar de su convicción, Draco había pasado el primer día de Scorpius en el colegio con los nervios a flor de piel. Sabía que su hijo no iba a llamar sangresucia a nadie ni iba a mostrarse arrogante y desabrido, que no iba a dejarse pisar, pero no era ningún matón.

Y aun así, ¿se darían cuenta? ¿Bastaría eso para garantizarle siete años de paz en Hogwarts? ¿O lo había mandado a un infierno?

Cuando la lechuza de Hogwarts llegó por fin a Malfoy manor y picoteó el cristal de una de las ventanas de la habitación de Draco y Astoria, ninguno de los dos estaba dormido, a pesar de lo avanzado de la noche.

-Corre, abre la ventana –dijo ella.

Draco ya estaba levantándose de la cama, de todos modos. Después de darle a la lechuza un trocito de carne seca que hizo aparecer con su varita, le quitó el pergamino que tenía en la pata. Tal y como esperaban, era de Scorpius. Entonces Draco volvió a cerrar la ventana y volvió a la cama con su mujer, que estaba impaciente, para leer la carta en voz alta. Los dos se alegraron al saber que Scorpius, Morrigan, Damon y Diana estaban juntos en Slytherin, pero se miraron con incredulidad cuando se enteraron de la reacción de Watson.

-No puedo creer que lo dejaran irse a la enfermería –masculló Draco-. Puede que Snape resultara ser una decepción, pero al menos no habría consentido estas cosas.

Draco había empezado a sospechar que el antiguo Jefe de Slytherin trabajaba para el bando de Potter durante el año de guerra, viendo cómo trataba de proteger a Longbottom y los suyos y se había guardado sus sospechas para sí, pero aun así, había sido una amarga decepción. Ese mismo hombre les había aguijoneado a él y a los Slytherin para que se enfrentaran a Potter y a los Gryffindor, les había empujado alegremente hacia el bando que iba a traicionar.

El único adulto de Hogwarts en el que ellos habían confiado.

-Pues a mí no me sorprende, sabiendo lo que sé de Slughorn –replicó Astoria, que lo había tenido de jefe de Casa durante tres años-. Si lo hubieras visto después de la guerra te habrían entrado ganas de vomitar. Daba la sensación de que se ponía de parte de cualquiera antes que de la de un Slytherin.

Draco frunció un poco más el ceño y siguió leyendo. No contaba nada más interesante, pero sus palabras demostraban que su primera impresión del colegio no había sido del todo mala. Se le veía curioso por todo, impaciente por aprender todos los hechizos y conjuros que había visto hacer.

-Eso es todo –dijo, cuando terminó de leer su despedida, dándole el pergamino a Astoria.

Ella leyó rápidamente la carta y Draco se quedó sumido en sus pensamientos, imaginándose lo que podía encontrar su hijo en Hogwarts. James Potter y los Weasley eran una peste, si la mitad de lo que contaba Gabriel era cierto. Y Scorpius iba a ir a clase con Rose Weasley y con Albus Potter. Albus Severus Potter. Draco se sulfuraba cada vez que pensaba en ese nombre. ¿Acaso Potter había intentado humillar al antiguo profesor de Slytherin uniendo su nombre al apellido que más odiaba en el mundo? Draco podía imaginarse fácilmente a Snape retorciéndose en su tumba sólo de pensarlo. Porque no podía ser verdad lo que afirmaba el propio Potter, no podía ser que se lo hubiera puesto como homenaje porque Snape había resultado ser de su bando. No podía creer que Potter pudiera tener tan poco honor para ponerle a uno de sus hijos el nombre del hombre que, pese a todo, había provocado la muerte de sus padres.

No, tenía que haber sido como venganza. Y aunque había momentos en los que Draco deseaba que Snape hubiera sobrevivido para vengarse de él –o para pedirle un millón de explicaciones-, le encendía la sangre que Potter se atreviera a denigrar así el recuerdo del jefe de Slytherin.

-Bueno, al menos están todos juntos-dijo Astoria al terminar de leer-. Aunque es una pena lo de Michelle. Ravenclaw no es una mala casa, pero se va a sentir un poco sola allí. Y además…

Draco sonrió irónicamente.

-Y además querías que ella y Scorpius fueran juntos a Slytherin para ver si así se enamoraban y se casaban al terminar el colegio, ¿no es verdad?

Ella sonrió también.

-¿Y por qué no? Harían buena pareja. Y no puedes ponerle pegas al linaje de Michelle.

-Tienen once años, chalada.

-Sólo es una hipótesis.

-¿Y si le gustan más los chicos?

-Con Damon o con Richard Bletchey.

Draco arqueó una ceja.

-¿Y si le gustan los trolls? –preguntó, muy serio.

Astoria fingió enfadarse al darse cuenta de que Draco se estaba burlando de ella.

-Idiota…

-¿Qué? Sólo quiero saber hasta qué punto lo tienes todo planeado. ¿Le has buscado una pareja de cada especie? Mira que siempre le han caído bien los elfos domésticos.

Astoria le dio un manotazo, entre escandalizada y divertida.

-¡Draco! Es asqueroso que digas eso de tu propio hijo.

Él se echó a reír y forcejeó un poco para inmovilizarla contra la cama y evitarse más golpes. Después la observó, algo colorada y con sus ojos azules brillantes. Era una mujer muy hermosa y Draco sintió su cuerpo reaccionando ante ella con deseo. Entonces acercó la cara hasta que sus labios rozaron los de su mujer.

-Scorpius se casará con quien él quiera, igual que hice yo. Y elegirá bien… igual que hice yo.

Astoria lo miró con una sonrisa entregada y le besó. Draco le devolvió el beso, deslizando una de sus manos hacia su cintura y se olvidó de Hogwarts y de todo lo que podía salir mal por una noche.

Otra lechuza proveniente de Hogwarts llegó volando a una gran casa muggle, que tenía un alto torreón acabado en punta. Estaba situada en las montañas de Gales, en un lugar de difícil acceso que en invierno se cubría de nieve.

Una figura esperaba junto a la ventana y recogió el mensaje de la lechuza, a la que dejó partir. Después abrió la carta con impaciencia.

“El curso ya ha empezado. Nadie sospecha nada. Sigo adelante con el plan; ya te iré informando.”

No iba firmada. No hacía falta. La figura sonrió con una sonrisa poco agradable y destruyó la carta.

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Recuerda, si te gustó el principio, puedes leer cómo continúa en FF.net. Alianza cuenta con siete partes ya terminadas.

¿Quieres conocer más de Helena Dax? En BlogHogwarts publicamos una entrevista.

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Autor gabycamz

(Maracay, Venezuela) Licenciada en Letras. Es fanática de la literatura juvenil, infantil y fantástica. Su obra favorita es Peter Pan del autor inglés J.M Barrie. Editora de BlogdeTronos.com

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