Lorcan y el encuentro con los Nargles

Por: Sergio Lovegood

Allí estaban los pequeños Lorcan Y Lysander, en el riachuelo junto a la casa donde había vivido su madre la juventud, Rolf y ella decidieron mudarse a su antiguo hogar tras la repentina marcha del Señor Lovegood a Rumanía, en busca de un nuevo arbusto que al parecer se rumoreaba que daba fresas con sabor a chocolate. Lysander Gritaba a su hermano por haberle tirado un piedra a su barquillo de papel y haberlo hundido, ambos discutían en la pelea sin escucharse el uno al otro.

Luna, su madre, se acercó a ellos en silencio, y sin decir palabra se agachó sonriente, y les dedicó una mirada tierna a sus hijos. Los dos callaron en el momento.

-Los Hermanos no deben pelear- Dijo Luna con su suave y dulce voz- es algo muy feo….

Acto seguido agitó su varita, y un papel de los que tenia lysander en la orilla se transformó en un bello cisne que fue directo al agua y permaneció allí. La pequeña corrió a la orilla a jugar con él.

Luego Luna se dirigió a su hijo. Miró detrás de él y profirió un grito ahogado,

Lorcan miró su cara de sorprendida y se giró rápidamente para ver el motivo por el cual su madre se había asustado.

-¿Qué es mami? ¿qué es? – Preguntó ansioso, ya que él no veía nada, solo árboles.

– Oh…me parece que eran Nargles….- anunció con sutilidad Luna.

-¿Nargles mami? Yo quiero ver uno mami!- Dijo Lorcan mientras sus ojos brillaban por la emoción.

-Eso va a ser difícil pequeño Lorcan- Dijo Luna mientras se volvía a levantar y acariciaba la cabeza de su hijo- Son muy difíciles de ver, prefieren esconderse de los humanos-.

-Mami, yo encontraré uno y te lo llevaré a casa- dijo entusiasmado.

-Muy bien – Rió Luna – Pero no te vayas lejos – tras advertir a Lorcan Luna se dio la vuelta y continuó tendiendo la ropa en unas cuerdas que Rolf había colgado entre dos árboles.

Lysander permanecía ensimismada jugando con su pequeño cisne de papel, sin darse cuenta que tenía los zapatos embarrados, y parte de su ropa mojada.

Lorcan comenzó con su búsqueda entre los árboles cercanos buscó entre las raíces arrastrándose por el suelo, entre los troncos y las ramas que alcanzaba.

-¿Y si están en la copa de los árboles? Allí no podría verlos – Le gritó desde la lejanía a su madre.

-Oh, no no, en las copas de los árboles están los pájaros, se comerían a los nargles, éstos, prefieren estar en la tierra.

Confuso por la respuesta Lorcan arrugó su frente, mirando hacia las bailantes hojas del árbol que tenía delante.

-Jum- exclamó con cierto tono amenazador, con los brazos en jarra. Tan pronto dejó de soplar el viento que agitaba las hojas oyó a sus espaldas un crujido parecido a cuando alguien pisa un palo seco. Se giró rápidamente a la derecha, pero no vio nada, luego a la izquierda y vio a su hermana jugando con una rama de árbol, exclamando palabras sinsentido hacia un papel, intentando imitar lo que su madre había hecho antes.

Le miró con el ceño fruncido, pensando que había sido ella la causante del crujido, pero entonces, otro crujido se oyó, éste de procedencia más clara, giró la cabeza y echó a correr cruzando el riachuelo de un salto. Corrió cruzando los árboles mirando cada espacio que se descubría tras ellos, contó tres, cinco, diez árboles, pero seguía sin ver ni oír nada, solo sus pisadas sobre la hierba verde y las hojas y ramas que permanecían sobre ella.

Quieto allí, expectante de captar algún ruido, se dio cuenta que se había alejado de casa, así que se giró y se dispuso a comenzar el regreso cuando vino una ráfaga de viento que agitó las copas de los árboles, he hizo caer hojas y ramitas secas.

Escuchó el silbido del viento al pasar entre las ramas y un ruido procedente del suelo parecido al que se oye mientras se corre sobre hojas secas. Y miró hacia un árbol que no había llamado su atención, un árbol viejo y retorcido, negruzco por la edad y sin hojas.

Se fijó que a su alrededor no había crecido la hierba y no había un ápice de hojas u otro resto como el resto del bosque. Vio como el viento arrastró una hoja delgada hasta el pié del viejo árbol y al posarse suavemente sobre el suelo, un pequeño torbellino surgió de la nada cogiendo la hoja y desapareciendo tan rápido como apareció. Los ojos de Lorcan se abrieron tanto por la impresión que parecía que se le iban a salir de las órbitas.

Con la boca aún abierta avanzó hacia el tronco, se puso de rodillas y cogió una ramita de su lado, la tiró hacia el tronco, y al chocar contra él volvió a surgir el pequeño torbellino que limpió con rapidez, sin dejar rastro alguno.

Lorcan, Atrevido como su padre, gateó hasta el linde del árbol, marcado por la parte estéril de la tierra, y la traspasó, quedando la cara pegada a las raíces salientes del nudoso árbol, y todo su cuerpo en la tierra marrón sin hierba ni suciedad. Quedó esperando ver aparecer el torbellino, pero nada sucedió, miró a los lados examinando el árbol, y allí, en una raíz saliente observó un pequeño agujero parecido a los que hacen los conejos o los topos, pero lo peculiar de éste, es que podían apreciarse pequeñas esferas de color plateado, Lorcan contó seis antes de caer en la cuenta que se trataban de pequeños ojos. Impresionado alejó la cara de allí ya que sin darse cuenta se había aproximado, pero esos ojos salieron rápidamente del hoyo formando tres torbellinos que se abalanzaron sobre el pequeño, tirándole de los pelos, de las orejas y la nariz, pellizcándole la cara y el cuerpo. Lorcan gritaba histérico intentándose librar de esas criaturas dando manotazos al aire, en toda dirección, Consiguió ponerse en pié, aún con los torbellinos sobre él.

-¡Dejadme dejadme!- Gritaba ansioso.

Con las manos en la cara y lloriqueando salió corriendo de allí por la dirección que había venido.

Cruzó el riachuelo deprisa, salpicando a Lysander que seguía en sus juegos, provocando en ésta un pequeño grito. Se acercó corriendo y abrazó la falda de su madre aún llorando y con las manos en la cara.

Luna sorpendida le abrazó y le besó en la frente para tranquilizarlo.

– ¿qué pasó pequeño? ¿Por qué estás así? – Preguntó desconcertada sin perder aquel tono tranquilizador que le caracterizaba.

-Los…los Nargles no me gustan mamá….. – Jadeó entre sollozos – son malos…. – terminó entre lágrimas. Luna sonrió con comprensión y le besó en la frente para consolarlo.

Al rato regresaron a casa, ya habían terminado de cenar cuando Luna llamó a Lorcan desde el segundo piso. Éste subió enseguida y entró al dormitorio de su madre donde ésta le esperaba sentada en la cama.

-Ven, siéntate aquí – Le dijo dando dos suaves golpecitos sobre la cama. El pequeño obedeció y se sentó esperando que su madre le dijera la razón de porque lo había llamado.

Luna sonrió y le extendió su mano cerrada en un puño hacia el regazo de su hijo.

-Ábrelo, es para ti… – Le dijo con una sonrisa dibujada en la cara. Lorcan tomó sus manitas y como había hecho en otras ocasiones con su madre, hizó como si tuviera en sus manos una llave invisible, que encajó en la cerradura, también imaginaria que tenía su madre en el puño, y giró. Entonces Luna abrió la mano y allí estaba un collar de cordón azul con un corcho de cerveza de mantequilla en el final. Lorcan lo miró extrañado.

-¿Qué es mami?- preguntó con una cara digna de incomprensión. Luna no medió palabra, cogió el cordón y lo abrió colocándoselo en el cuello a su pequeño, luego cogió el corcho y lo puso a la altura de los ojos de su hijo, quien lo miró fijamente.

– Te protegerá de los Nargles – manifestó Luna con su apaciguadora voz manteniendo siempre una brillante sonrisa, abrazó a su hijo, a quien le habían brillando los ojos ante tal regalo.

Y así comenzaron las aventuras maravillosamente increíbles de los hijos de una madre que también las vivió.

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