La daga de plata

Por: Susana Niemeyer Ramirez

La marca tenebrosa se alzaba en el cielo, espectral y siniestra como la mismísima muerte, después de astutamente cobrar su última víctima, orgullosa y satisfecha con la desesperanza difundida. En la torre más alta de Hogwarts, alcanzada por el rayo, se encontraba en el momento más terrible y confuso de su vida tranquila y plácida hasta hace no mucho tiempo atrás. No tenía escapatoria, debía cumplir, no habría una segunda oportunidad. Nunca se había retractado de ninguno de sus actos; y este no era el momento preciso para maquinar de aquella forma, razonó con amargura, no después de haber llegado tan lejos. Si lograba su objetivo obtendría la gloria eterna y sería recompensado, del contrario él y su familia…simplemente…morirían. Un escalofrío interno subía por su espalda de tan solo imaginarlo. Sentía un vacío inhumano en su interior, sentía miedo, estaba solo en ello y su suerte pendía únicamente de su coraje indefinido. Los mortífagos disgustados lo apremiaban para que se apresurara, pero poco le importaban sus necias palabras mientras observaba al anciano profesor Dumbledore resbalando lentamente del parapeto, acorralado y desprovisto de su varita, de quién asombrosamente fue despojado por él mismo. Respiraba entrecortadamente, temiendo perder la conciencia ya que apenas podía mantenerse en pie, mientras una larga hilera de amargos recuerdos pasaba por su mente.

De pronto, un ruido sordo interrumpió el doloroso y prolongado engranaje de sus pensamientos y con disgusto vio a Snape, que irrumpió precipitadamente en la cubierta de la torre, con la varita en alto preparada para atacar.

-¡Ah, Snape! Tenemos un pequeño problema, el chico no se atreve…

-Severus…- dijo de improviso Dumbledore en un susurro suplicante, aterrador y rendido, y todos los presentes voltearon la cabeza hacia el anciano profesor, impresionados, pues hasta entonces Dumbledore no había manifestado ningún signo de debilidad aparente.

Snape miró los ojos azules del anciano profesor y lentamente levantó la varita y exclamó:

-¡Avada Kedavra!

Una luz verde cegadora inundó la superficie de la torre y Dumbledore se elevó por los aires y se precipitó por la torre, como una marioneta a la que se le han cortado los hilos, inerte…sin vida. No, Snape…lo mató, ¡ése trabajo era suyo! ¡Maldito! ¡Le había robado el crédito! ¡Sólo para ser el favorito del Señor de las Tinieblas!

Demasiado impactado para reaccionar, sus pupilas se dilataron y quedó inmóvil, allí de pie. De pronto, Snape lo asió por el brazo y le gritó:

-¡Corre! ¡Avanza hasta el bosque para…!

Draco no quiso seguir escuchando las órdenes de aquel sujeto que aborrecía por quitarle la gloria y en el fondo sólo quería escapar, correr, ¡sentirse libre!

A una velocidad impresionante atravesó los interminables pasillos de Hogwarts, corriendo a más rápido no poder, furioso consigo mismo por su cobardía…Miró su alrededor y vio todo hecho un desastre: estaba lleno de humo, una parte del techo se había derrumbado en mitad del pasillo, repleto de miembros de ambos bandos, mortífagos y aurors, luchando a muerte. Había pedazos de vidrio desperdigados por el polvoriento suelo, las ventanas quebradas, y para horror suyo, charcos de sangre y cuerpos con los ojos vidriosos abiertos sin ver nada en particular…

Paseó la mirada ante tan horroroso espectáculo y en cinco segundos desesperados encontró a quién buscaba…allí estaba luchando incansablemente agitando su cabellera castaña, mientras Dolohov le lanzaba maleficios imperdonables, que hábilmente esquivaba de cualquier forma y devolvía hechizos de desarme, maldito Dolohov…Se precipitó hacia el lugar en que se encontraba para atacar por la espalda al mortífago.

-¡Desmaius!

Dolohov se desplomó en el suelo estrepitosamente. Hermione algo sorprendida miró a Draco a los ojos fijamente y por precaución levantó su varita, ante lo cual él respondió con un gesto de que no planeaba hacerle daño alguno. Ésta con desconfianza la bajó lentamente. De pronto, su tía Bellatrix le gritó:

-¡Vamos, Draco! ¡No seas torpe, ataca! ¡Acaba con tantos sangre-sucia puedas!

Bajo la ávida mirada de Bellatrix, Draco levantó la varita y exclamó:

-¡Desmaius!

-¡Reducto!- reaccionó Hermione furiosa, pues había confiado en el Slytherin. Le resultaba terrible tener que luchar precisamente con ella, a quién amaba, era cruel, temía dañarla con cada intento, pero tenía que simular que luchaba por su bando, cada vez que la muchacha esquivaba sus hechizos, agradecía al cielo…

-¡Petrificus…!- no alcanzó a terminar de pronunciar el conjuro y Hermione se abalanzó sobre él, cayendo ambos al suelo, mientas con asombro Draco comprendía que un rayo de luz verde estuvo a punto de acabar con él. Hermione lo había salvado. Anonadado, se puso en pie y sin pensarlo dos veces con firmeza agarró a su salvadora por la muñeca y la arrastró con él por el repleto pasillo. Varias veces tuvo que agacharse, derribando a Hermione consigo, para zafarse de un mortal desenlace.

-¡Protego!- exclamaban ambos sin cesar, luchando por su vida, dejando una cola de rayos rojos tras su paso. Llegaron a un aula vacía, llena de ventanales, por los que penetraba la luz de la luna, iluminando todo vagamente. Draco cerró la puerta con fuerza y se apoyó en ella para darse un respiro, lo mismo que la chica.

-Hermione…- murmuró. La joven levantó la vista a sus ojos grises y se perdió en ellos.

Draco estaba pálido, lívido, blanco como un fantasma, con el rostro demacrado y unas profundas ojeras surcaban sus cansados ojos. Tenía los labios secos y un aspecto enfermizo. Sin embargo su ropa estaba casi en perfecto estado, tan solo algo rasgada por las continuas raspadas que se había dado. Pero el traje de tafetán negro estaba en perfectas condiciones, elegante, como siempre. Hermione llevaba puesta la túnica de Hogwarts, del día anterior, a pesar de que la batalla de Hogwarts se desarrollaba en mitad de la noche como si tal cosa. Draco arrastró hacia la ventana más cercana a la castaña, la luna iluminándole la melena y sus delicadas facciones. Hermione temblaba y Draco sin pensarlo dos veces la rodeó con sus brazos de acero y la estrechó contra su cuerpo. La chica seguía temblando como un conejillo asustado en su regazo, pero paulatinamente se fue calmando.

-Hermione…-volvió a decir el chico del cabello rubio platinado.

-¿Si…?- respondió Hermione en un hilo de voz.

-Yo…no…dudo que vuelva a Hogwarts- comentó como si tal cosa, tratando de mantener la calma.

-¿Adónde irás?

-No lo sé, donde el destino me lleve…

-Draco- interrumpió Hermione- tú… ¿te irás…con…los mortífagos?

El muchacho se sorprendió por lo veloz que Hermione había asimilado sus palabras que contenían un dejo de disuasión y no demasiada información. Draco soltó a Hermione y la agarró por los hombros con suavidad, sin atreverse a mirarla a la cara, con la vista fija en sus zapatos.

-Pues…sí, entiéndeme, no tengo otra opción…

-¡Oh, Draco!- se lamentó Hermione.- ¿Por qué tú?

-Mis padres…

-Draco, escúchame: no es tu obligación seguir con…los ideales de tu padre si a ti no te parecen, eres libre de hacer lo que quieras, nadie puede obligarte, ni el mismo Vol…

-¡No digas su nombre!

-Draco, ¿lo entiendes, verdad? Estaremos de bandos distintos. Dime: ¿qué sentiste al combatir conmigo esta misma noche?

-Horror…yo no puedo…Hermione…no puedo hacer nada, no te imaginas cómo es él una vez que te reclutas, fui un tonto- contestó mientras se arremangaba la manga de su brazo izquierdo y le enseñaba el antebrazo a la chica.

-¡Oh!- exclamó Hermione con asombro. Draco sonreía forzadamente como si reprimiera el llanto.

-Pero eso ya no importa, Hermione- la joven levantó la mirada cuando él pronunció su nombre y sus miradas se cruzaron, perdiéndose una en la otra.- Lo que importa es que yo te amo, y que nada, escúchame bien, nada ni nadie podrá cambiar eso.

-¿Qué sentido tiene ahora, si te irás?- replicó la muchacha desconsolada rompiendo a llorar, sin poder remediarlo.

-Mucho sentido, linda: si muero, mi corazón habrá muerto contigo, porque te pertenece. Ahora…si quieres dejarle un buen recuerdo a un pobre mago, sometido a…no importa- dijo riendo, tratando de espantar aquellas ideas- déjame…llevarme el recuerdo, que pruebe…tu amor.

El Slytherin tomó el rostro de la chica entre sus manos y lentamente, acercó su rostro al de ella y suavemente la besó por primera y última vez. La chica cerró los ojos y se dejó llevar, acariciando su suave cabello rubio platinado. Deseó que la noche no acabara nunca, egoístamente mientras los demás habitantes del castillo luchaban a muerte, entre tanto terror, que se desvaneció temporalmente de su mente…

Después de lo que a ambos les parecieron horas, se separaron, sin ser capaces de mirarse el uno al otro a la cara otra vez…

-Hermione…supongo que…esto es una despedida.

La chica sacudió la cabeza horrorizada, no quería que así fuera.

-Debo irme.

-Draco…yo te amo, no me hagas esto. Al menos…prométeme que no me olvidarás.

-Jamás. Tampoco lo tú me olvides. Quiero darte algo para que me recuerdes.

Draco metió su blanca mano por un bolsillo de su pantalón y de allí extrajo una pequeña daga plateada que brilló a la luz de las estrellas. En un costado tenía grabado su nombre en letras pequeñas y prolijas. El muchacho le entregó la daga a Hermione que la sujetó con fuerza.

-Bien, ahora yo…debo irme. Adiós, Hermione, no me olvides. Nos…nos vemos.

-Adiós…-gimió.

En son de despedida, la besó rápidamente en la mejilla y salió de la habitación precipitadamente dejando a la desconsolada chica sola en la habitación, mirando hacia la puerta por la que los pasos de su amado habían cruzado hace un momento, inmóvil, estrechando entre sus manos la daga de plata. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas lentamente. Una daga cortante…como si fuera necesaria para rasgarle las entrañas y herir su maltrecho corazón…

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