En el corazón del lobo

Por: Ana Andrés

Hermione estaba en la biblioteca, terminando un extenso trabajo para McGonagall (casi cinco pergaminos); Harry y Ron se habían ido al entrenamiento de Quidditch, a pesar de las reprobatorias miradas de su amiga.

-Ya lo haremos más tarde, Hermione- le había dicho Ron -¡Tenemos que vencer a Ravenclaw si queremos ganar la Copa!

A sabiendas de que nada de lo que les dijera les haría cambiar de intención, se resignó a la idea de dejarles copiar su trabajo después de la cena.

Hermione escribió las últimas palabras y echó un vistazo a su alrededor; la biblioteca estaba casi vacía. Podía ver como la señora Pince colocaba y recolocaba libros en las estanterías, y un poco más adelante, el profesor Lupin revisaba un grueso tomo (edición de bolsillo) del Todas las criaturas mágicas y cómo encontrarlas. El profesor pareció sentir que le observaban, porque levantó la vista del libro; al ver a Hermione esbozó una amplia sonrisa y le guiñó un ojo. La joven Gryffindor sonrió también y le saludó con la mano; después recogió sus libros y el trabajo de McGonagall en la mochila. Sintió una leve punzada de lástima al tener que abandonar la biblioteca (cosa que le resultó muy extraña); al pasar por el lado del profesor le rozó ligeramente con la mano, y el corazón comenzó a latirle muy deprisa (cosa que le resultó muy pero que muy extraña). Se despidió de Lupin; aunque su voz sonó algo temblorosa.

-Hasta luego, Hermione- respondió él; pero la joven sólo se fijó en su amable sonrisa.

Cuando la puerta de la biblioteca se cerró, la joven se detuvo completamente confundida.

“¿Qué… qué ha sido eso?” se preguntó. ¿Por qué me he puesto nerviosa tan de repente?”. Buscó una respuesta lógica, pero lo único que le venía a la mente eran los brillantes ojos verdes de su profesor.

“Esto es una locura. He trabajado demasiadas horas seguidas; si no me tomo un buen descanso lo más probable es que pronto empiece a ver escregutos de cola explosiva voladores” pensó con decisión.

Durante la cena, Hermione puso toda su voluntad en no mirar hacia la mesa de los profesores; sin embargo, debía de haber algún maleficio persiguiéndola, porque no pudo evitar volver la cabeza para distinguir al profesor Lupin charlando animadamente con Hagrid. Y entonces él se volvió.

Sus miradas se encontraron.

Apenas fue un instante, pero para Hermione el tiempo se detuvo; sin saber por qué, no podía apartar la vista de los profundos ojos de Lupin. Creyó ver, tras un velo de amabilidad y amistad, la soledad y la amargura que durante tantos años habían ido destrozando el alma de aquel hombre; la joven se estremeció ante la infinita tristeza que inundó, por apenas un instante, los ojos verdes del profesor Remus Lupin.

El tiempo volvió a su cauce; Hermione apartó la mirada, confundida y triste.

Cuéntame al oído,
muy despacio y muy bajito,
porque tiene tanta luz este día tan sombrío.

Cuéntame al oído,
si es sincero eso que ha dicho
o son frases disfrazadas esperando sólo un guiño.

Cuéntame…cuéntame…

Al día siguiente, tras una larga y soporífera clase con el profesor Binns, Harry, Ron y Hermione se dirigieron al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras; por el camino se cruzaron con Snape, que “secuestró” a Harry y a Ron para hablarles acerca de “un cazador del equipo de Slytherin cubierto de pústulas y tentáculos”.

-Nos vemos luego, Hermione- dijo Harry, con un gesto suplicante en la cara.

La joven abrió la puerta y se encontró con que el profesor Lupin ya estaba allí, preparando el tanque que contenía normalmente al gryndilow.

-Buenos días, profesor.

-Hola, Hermione. ¿Qué tal?

La joven volvió a quedarse prendada de su sonrisa. Hizo un supremo esfuerzo para responder.

-…bien- dijo con voz débil.

Lupin frunció el ceño.

-¿Seguro?- inquirió. Los ojos verdes buscaron los castaños.

Por un momento, su corazón se detuvo; ambos se sintieron como en un mundo distinto, un mundo eterno que sólo les pertenecía a ellos dos. Fuego, hielo, alma y sufrimiento; un caos del que parecía nacer un poderoso sentimiento…

Pero sólo fue por un momento.

Los alumnos fueron entrando en el aula en grupos, sin percatarse de que tanto la alumna como el profesor habían apartado la vista rápidamente, confundidos. Enseguida Lupin se dio cuenta de que tenía que dar clase. Así que trató de olvidar aquel momento, de ignorar el sentimiento que se había adueñado de su corazón un poco antes.

“¿Por qué me pasa esto?” se preguntaron los dos al mismo tiempo.

Corre, déjalo atrás, no busques la razón,
el miedo no acepta excusas, no tiene compasión.

No dejes que te atrape a ti,
huye de esta ilusión.

Ya había pasado la medianoche, y Hermione seguía sin poder dormir. Por fin había comprendido lo que le sucedía.

“Enamorada.”

“Pero no puede ser. ¡Me dobla en edad!” se dijo.

“¿Y?” preguntó una vocecita en su mente.

“No está bien.”

“¿Por qué?” insistió.

“Además, no creo que llegue a amarme” se dijo con cierta desesperación.

La vocecita calló un momento.

“No debes torturarte por amarle” dijo de repente. “No tienes la culpa de que tu corazón persiga un imposible. Está en la naturaleza del ser humano amar, y es una de las cosas más bellas de este mundo.”

Hermione se durmió, mientras las lágrimas se deslizaban por su cara. Añoraba los ojos verdes de su profesor.

Lupin estaba sentado en el mullido sillón de su despacho, con la mirada perdida en el fuego. Sabía muy bien que era lo que le ocurría.

“Enamorado.”

“Pero no puede ser. ¡Le doblo en edad!” se dijo.

“¿Y?” dijo una vocecita en su mente.

“Le haré daño.”

“¿Por qué?” preguntó la voz.

“Por otra parte, no creo que llegue a enamorarse de mí” se dijo amargamente.

La voz no respondió enseguida.

“No dejes que el sufrimiento te impida ver las cosas bellas de la vida. Ni dejes que tu sufrimiento haga daño a los demás.”

Lupin cerró los ojos, cansado. Echaba de menos los ojos castaños de Hermione.

Una noche por delante,

demasiadas por detrás,

confesándole a mi almohada que nadie me hace llorar.

Era un sábado por la tarde; por suerte o por desgracia, Hermione no se había vuelto a cruzar con él. Aunque no estaba muy segura de que fuera eso lo que deseaba.

La joven paseaba tranquilamente por los jardines, disfrutando de la calidez de los últimos rayos del sol; se sentía en parte aliviada y en parte triste. Lo echaba de menos.

Suspiró.

Lupin estaba de pie, en lo alto de una pequeña colina; miraba hacia las montañas, aunque no prestaba atención a lo que veía. Tenía la mente completamente en blanco, con la intención de relajarse un poco. A pesar de su concentración, se sintió observado; a regañadientes, abrió los ojos.

Ella.

De alguna manera, por alguna extraña conexión entre ellos, supieron que no les harían falta las palabras ni los gestos, no entre ellos dos; ambos entendieron al instante lo que sentían, y lo que querían sentir. Se acercaron poco a poco; la luz rojiza del sol que se ponía iluminaba sus rostros. Se fundieron en un largo abrazo, como si durante años hubieran esperado ese momento.

Hermione se distaanció un poco, sin romper el abrazo, y sus ojos buscaron los de Lupin; sus miradas volvieron a encontrarse.

Sus labios también.

Durante varias horas. Durante todas sus vidas. Para toda la eternidad.

Para los dos, aquel fue sin duda el más hermoso de los atardeceres.

Tú,

entiendes mis silencios, sólo tú,

conoces mis secretos, solo tú,

comprendes cada gesto, sólo tú…

¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? Hermione no había llevado la cuenta. Para ellos, el tiempo no importaba nada.

Y, sin embargo, todo pareció acabar, tan rápido como comenzó.

-Hermione… esto es un error. Nada debió ocurrir. Sé que te haré daño, y es algo que jamás me perdonaría. Sabes que te quiero; te amo, y como nunca he amado a nadie. Y por eso he de evitar que esto pase.

Ella quedó en silencio; no parecía haberlo asimilado todo. Sin tener plena consciencia de lo que hacía, abrió la puerta para marcharse. Pero antes de traspasar el umbral, oyó la voz de Lupin, que susurraba.

-Por siempre… y para toda la eternidad…

Hermione se volvió una última vez; y vio que caían lágrimas silenciosas por el rostro de la persona a la que más amaría nunca.

Cuando llegan las estrellas

temo que mi sensatez

subestime a mi manía de querer volverte a ver.

Hermione no quería dormir; temía volver a soñar con sus ojos, con su sonrisa, con su voz… con él…

Vuelve, vuelve;

vuelve, vuelve a mi lado;

vuelve, vuelve, vuelve a por mí…

Se levantó. No podía vivir sin estar con él sabiendo que se amaban.

“Sé que te haré daño, y es algo que jamás me perdonaría.”

No. No le importaba sufrir. No, si estaban juntos.

Caminó silenciosamente por los pasillos, evitando a Filch y a su gata, la señora Norris; el corazón le latía con fuerza cuando abrió la puerta.

En apariencia, el despacho estaba vacío. Había un montón de papeles y una copa vacía encima de la mesa; la luna, redonda y plateada como una moneda, iluminaba suavemente la oscura habitación.

Se oyó un ligero gruñido, y Hermione se volvió, entre asustada y ansiosa.

-Lumos- murmuró.

Allí, en el rincón, había algo. Un animal, que la miró casi suplicante.

Un lobo. Un enorme lobo, de pelaje castaño claro y ojos verdes, que ella conocía muy bien.

“Lo entiendo. Ahora lo comprendo” se dijo Hermione. “La poción de matalobos. La luna llena.”pensó. “Es un hombre lobo.”

El lobo gimió, como deseando que se marchara.

-No me puedes pedir que me vaya- dijo ella con suavidad.

La criatura pareció sorprenderse; después se sentó y esperó.

“Me está diciendo que elija.”

Una serie de imágenes pasó por su mente; licántropos atacando a niños, destrozando a familias enteras; magos luchando contra hombres lobo para evitar que mordieran a sus seres queridos.

Hermione se volvió; el lobo bajó la vista.

-Te elijo a ti.

La joven abrazó a Lupin.

-No me importa como seas; no me importa que aspecto tengas. Te amo por completo, y mientras sigas teniendo tu corazón y tu alma, nada evitará que te busque, una y otra vez. Ni siquiera tú mismo.

Los ojos verdes se cerraron. Hermione susurró algo sin dejar de abrazarlo.

-Durante toda mi vida. Por siempre, y para toda la eternidad, quiero estar…

en el corazón del lobo.

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