Minirrelato: ‘Shhh… No se lo Cuentes a Nadie’

Relatos

Aquí está otro de nuestros minirrelatos ganadores del concurso literario. Su autora es Alice Snape (María José Fernández). Es un relato narrado en primera persona y se destaca por el ritmo ágil que imprimió a su redacción. Logra una sensación de aventura en cada letra, a pesar de la brevedad a la cual estaba limitada. Que lo disfruten.

Shhh… No se lo cuentes a nadie

Por Alice Snape

Hola…quiero decir…Buenas tardes…digo… ¡Al diablo! No tengo la más mínima idea de cómo iniciar un informe o lo que sea así que iré directo al grano:

Mi nombre es Flint, y aunque esto pueda sonar demencial, en el verano descubrí que existe el mundo mágico.

Vale, se que es poco creíble y es muy posible que en este momento pienses que he visto demasiadas películas (o leído muchos libros…, sí, tienes algo de sentido común) , pero no, no estoy loco…bueno, al menos no tanto como suele pensar la gente, y te lo probaré:

Todo comenzó cuando mis padres, contentos con mis calificaciones más decentes desde Maternal 5, decidieron por fin complacerme y enviarme a pasar las vacaciones de verano con mis abuelos en Londres.

En realidad, no es que estuviera muy interesado en “la oportunidad cultural e intelectual” que representaba este viaje, a diferencia de lo que pensaba mi madre, de hecho, lo único que me impulsaba a ser tan insistente al respecto, era la perspectiva de poder observar esa exposición “Harry Potter, detrás de la magia”, que tanto había sido mencionada en BlogHogwarts desde hace unos meses (para los que no estén familiarizados con el término, hablo de una página de Internet dedicada a informar básicamente de todo lo referente al mundo de Harry Potter y sus derivados incluyendo interesantes análisis y resúmenes).

El día tan ansiado llegó, y luego de una extenuante charla acerca de la confianza que depositaban en mí y bla-bla-bla…, mis padres me llevaron al aeropuerto, embarqué en el avión y despegué a lo que sería la aventura más peculiar y genial de toda mi vida (y de todo ser humano medianamente normal, diría yo).

Llegué  al aeropuerto Heathrow a eso de las 5 de la tarde y allí, entre la gente, se encontraban mis abuelos, con  las caras más ansiosas que había visto en mi vida.

Luego de los respectivos saludos, abrazos y  clichés más comunes entre gente que no se ve desde hace tiempo, fuimos a comer algo y después a casa.

Luego de que todo estuviera en orden, se suscitó el primero de los hechos clave en mi aventura veraniega.

La abuela me informó que “lastimosamente” no podría acompañarme en mis exploraciones por la ciudad (entenderán que para un chico como yo, tener de guía turística a su abuela no es un plan demasiado entusiasmante), ya que  sus ajustados horarios con el club de tejido no se lo permitirían.

Enseguida pensé que el abuelo se ofrecería a escoltarme por la gran ciudad en la que me encontraba, pero no fue así. Éste se excusó alegando que debía practicar para su torneo de cricket el mes próximo.

Compuse mi mejor mueca de desolación, mientras por dentro hervía de alegría, ya que ahora seríamos sólo el gran Londres y yo…

A la mañana siguiente de mi llegada, ya me encontraba camino al Museo Británico de Londres para contemplar la tan ansiada exposición “Harry Potter, detrás de la magia”. Tomé un autobús que me dejó directamente en la entrada del museo y sin perder tiempo entré.

La exhibición fue simplemente genial -exceptuando la parte donde Tom Felton trataba de presentar la exposición y yo gritaba como niñito pequeño desde «que era su fan número uno» hasta «quién le cortaba el cabello»-. Al salir del salón donde estaban todos los objetos, afloró en mí la vena de comprador compulsivo que todo ser humano promedio posee y compré en la tienda de regalos una réplica exacta de la varita de Ron Weasley.

La salida principal a la calle se encontraba atestada de gente y, casualmente, divisé una puerta muchísimo más pequeña y sencilla con un oxidado letrero que recitaba “Salida”.

Decidí irme por la vía menos transitada, aunque me pareció muy extraño que todas las demás personas ignoraran la puerta.

Salí y me encontré frente a frente con un local de aspecto envejecido con el nombre “El Caldero Chorreante” justo en la entrada. Lo primero que pasó por mi mente fue que era otra tienda de regalos o una cafetería arreglada para la ocasión, así que sin pensarlo mucho me adentré en el lugar.

Debo admitir que en ese momento mis neuronas debieron fallar, porque a pesar de que observé a un montón de gente de aspecto sospechoso y hasta algunas orejas puntiagudas, no me extrañó, y mi cerebro inmediatamente razonó que se trataba de actores.

Seguí caminando por la estancia hasta que encontré una pared de ladrillos encima de un cubo de basura, y emocionado por el aspecto mágico del lugar donde me encontraba, saqué mi flamante varita de juguete y di tres golpes arriba y dos horizontales a los ladrillos que tenía más cerca. La pared se estremeció, se abrió un pequeño agujero que creció y creció… y allí estaba: El callejón Diagon.

No tengo que explicarles lo emocionado que me sentí, y creo que cualquier fan de Harry Potter adivinará lo que pasó después.

Puede que no me crean, que piensen que necesito un psiquiatra (algunos quizás me recomienden el suyo), pero todo lo que he contado es plenamente verdadero.

¿No me creen? Deberían preguntarle a mis nuevos amigos: Harry, Ron, Hermione y Draco.

Ahora JK no les parece tan creativa ¿no es cierto?

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Autor Aura Zephyr

Blogger, enamorada de los libros y de las peliculas de aventuras y de fantasía épica.

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